“Somos una Congregación diversa, pero estamos todos embarcados en una única misión”
La celebración de los 125 años de la Congregación es un buen momento para lanzar una mirada al pasado, presente y futuro. Usted que acaba de concluir una intensa ronda de visitas a las distintas Delegaciones ¿Cómo definiría el momento presente de Misioneros Sagrados Corazones?
En realidad estoy embarcado en la segunda ronda de visitas desde que fui elegido para este servicio. Yo diría que la Congregación está inmersa en un proceso de transformación bastante profundo. En España las comunidades envejecen, pero sin dejar de trabajar por el Reino. Tenemos, por otro lado, muchas vocaciones, dándose la circunstancia de que casi todas provienen del continente africano. Eso cambiará nuestro rostro y nuestro «centro». Hará de nosotros una Congregación aún más misionera.
Usted ha dicho que este momento debería servir para conocer mejor las distintas identidades vocacionales que hoy acoge la Congregación e integrar la diversidad. ¿A qué se refiere exactamente?
Me refiero a eso que solemos llamar «la misión compartida». Cada vez somos más conscientes de que el carisma que Dios regaló a la Iglesia por medio del P. Joaquim Rosselló, nuestro Fundador, no es solo para nosotros, los religiosos, sino que también ha de ser ofrecido a los laicos. Es otro de los factores que ya está cambiando la fisonomía de la Congregación. Una misma espiritualidad pero vivida desde diferentes vocaciones específicas que han de conocerse, respetarse e integrarse. Somos diversos pero estamos embarcados en una única misión.
En el contexto de este proyecto contemplativo, comunitario y misionero ¿qué papel juegan los laicos?
Bueno, creo que eso es algo que tendremos que ir descubriendo y definiendo juntos. No es bueno que yo como religioso les dicte a los laicos lo que han de hacer. La Congregación ofrece su espiritualidad, su proyecto para que los laicos se integren en él desde su propia vocación buscando cómo pueden ser con nosotros «contemplativos», «comunitarios» y «misioneros», aportando su especificidad y complementándonos todos en la vivencia del carisma.
En pleno siglo XXI, ¿Qué vigencia tiene la frase Dios es Amor?
Pues basta mirar un rato la televisión o leer el periódico para darse cuenta de que nuestro mundo está sediento de amor. Pero de un Amor con mayúsculas. Porque, por desgracia, «amor» es una de esas palabras que tenemos muy malgastadas y no todos entendemos de la misma manera. Nuestro mundo necesita cordialidad, compasión, misericordia, perdón, relaciones cálidas y fraterna. Descubrir que Dios es Amor, experimentarlo concretamente y sacar las consecuencias para el día a día cambiaría mucho el panorama, ¿no te parece?
¿Cuál cree que es el papel del misionero en el mundo actual?
A propósito de lo que acabo de decir, el misionero o la misionera serían aquellos que son capaces de comunicar con su palabra y con su vida la buena noticia de que Dios es Amor. Hablan de amor y actúan desde el amor. Tratan de crean relaciones basadas en el amor. La coherencia de su vida es un testimonio para que el núcleo del Evangelio llegue a todos. A quienes no lo conocen y sobre todo a los más pobres, pues es a éstos a quienes el misionero dedica su vida de un modo preferencial.
¿Por qué es importante seguir apoyando el trabajo de Misiones Sagrados Corazones?
Pues porque, con toda humildad y con muchas limitaciones, tratamos de vivir y de actuar según lo que acabo de decir. Necesitamos apoyo de muchas clases -también el apoyo económico, pero no sólo- para seguir adelante con ese proyecto de «pegar fuego» en el mundo, según las palabras del P. Joaquim. El fuego del amor que se trasmite con la predicación, la catequesis, la evangelización; pero también con esos proyectos sociales con los que tratamos de mejorar las condiciones de vida de muchas personas empobrecidas allí donde estamos.
El Papa Francisco ha dicho que la gran revolución es ir a las raíces y ver lo que esas raíces tienen que decir a día de hoy ¿Coincide en señalar que es importante no olvidar de dónde venimos?
Por supuesto. Creo que una de las tragedias de nuestra sociedad occidental es que ha perdido sus raíces, sus puntos de referencia. Andamos todos como despistados y desorientados. Y si no sabemos de dónde venimos, lo más probable es que tampoco sepamos adónde vamos. Huimos hacia adelante y a lo mejor lo que nos falta es parar un poco para hacer un viaje hacia el interior, lo profundo, lo que somos de verdad. Allí nos esperan esas raíces que pueden alimentar esa «gran revolución» de la que habla el Papa.
Puede que una de las miradas más difíciles sea la del futuro. Quizá sea así porque vivimos en un mundo complejo, en el que la lucha a favor de los desfavorecidos parece de antemano una batalla perdida. ¿Cuáles son las claves que se apuntan desde la Congregación para afrontar ese futuro con éxito?
Hoy en día se hacen bastantes buenos análisis de la realidad, por muy compleja que ésta sea, pero es mucho, mucho más difícil adivinar por dónde pueden ir las cosas en el futuro. Creo que en eso todos estamos un poco como a la expectativa. No abundan las personas que sepan hacer de «centinelas» y abran caminos al porvenir. Nosotros procuramos privilegiar la formación de nuestros jóvenes dentro de nuestras posibilidades, reforzando la disponibilidad misionera y el sentido de familia para que, sea lo que sea aquello que nos traiga el futuro, podamos vivirlo desde nuestro carisma sin que se nos enfríe ese «fuego» del que queremos ser portadores.
¿Cómo sueña la Congregación del mañana?
Bien, ya te he dicho que no es fácil ser «centinela». Pero si se trata de soñar, yo la imagino como una pequeña familia misionera que, siendo cada vez más multicultural se sienta vinculada por los lazos del amor y la comunidad que son más fuertes que las fronteras que levantan las razas, las lenguas, las tradiciones. Una familia que, alimentándose en la contemplación y con la fuerza que da vivir en comunidad, se lanza a extender por todas partes y por todos los medios posibles esa buena noticia de que Dios tiene Corazón. Una familia que sirve a los «traspasados», es decir, a todas esas personas que tienen el corazón herido como Jesús a causa de la desigualdad, la injusticia, la pobreza y el desamor.
¿Y la Iglesia del futuro?
Me gusta la imagen que nos va trasmitiendo el Papa Francisco (él sí que tiene mucho de «centinela») porque no se aleja mucho de la del Evangelio. Una Iglesia pobre y servidora, que no tiene miedo de salir de sí misma para ir al encuentro de aquellos que sufren por cualquier causa. Una Iglesia que escucha la Palabra y la pone en práctica como lo hizo el Corazón de María. Una Iglesia cordial y compasiva cuya única razón de ser es la de encarnar las actitudes del Corazón de Jesús.