Acaban de cumplirse veinte años del genocidio de Rwanda, reconocido como uno de los hechos que más ha impactado la conciencia colectiva en las últimas décadas. En la actualidad, el país africano trata de cerrar sus heridas y nuestros misioneros siguen presentes en el país colaborando con quienes más sufren en la construcción de un futuro mejor.
Es cierto que oficialmente ya no hay hutus ni tutsis en Rwanda, que hoy todos son ruandeses, pero a pesar del profundo proceso de reconciliación que se está llevando a cabo en las dos últimas décadas, las heridas no están cerradas del todo. Muchos han perdonado, pero pocos han podido olvidar el horror de lo vivido durante tres meses de indescriptibles matanzas.
Entre el 7 de abril y el 1 de julio de 1994, más de 800.000 personas fueron asesinadas en Rwanda con una brutalidad y crueldad inimaginables, la mayoría a machetazos, en un enfrentamiento entre tutsis y hutus –los dos pueblos mayoritarios que habitan el país- y ante la absoluta pasividad de la comunidad internacional.
El padre Melcior Fullana, natural de Manacor, tenía 57 años cuando la violencia estalló en el país africano. Había sido uno de los primeros misioneros en pisar el continente africano en 1974 y cuando se inició el conflicto vivía en la pequeña misión de Rukara, al este del país. Allí empezó escribir un diario en el que inmortalizó la crudeza de aquellos primeros días y cuya lectura pone los pelos de punta.
“Todo empezó –recuerda- con el asesinato del presidente de Ruanda, un hutu, aunque hacia meses que la emisora de radio francesa ‘Mil Colinas’ venía alentando a la etnia hutu para perseguir a sus vecinos tutsis de manera violenta”. Tras las primeras matanzas, el misionero mallorquín tomó la decisión de quedarse y junto con el padre Santos Ganuza llegaron a acoger en la Misión de Rukara a 1.700 miembros de la etnia tutsi. “Los tutsis tenían mucho miedo porque sabían que querían matarlos, nosotros naturalmente les dimos cobijo”.
El 13 de abril de 1994 miembros del grupo paramilitar hutu “interahamwe” (puede traducirse como “los que matan juntos”) cercaron la misión de Rukara. Pocas horas después, estallaron varias granadas en los alrededores de la iglesia que hicieron que muchas personas empezaran a huir despavoridas.
La misión fue finalmente atacada y en pocas horas 1.200 tutsis fueron asesinados; el padre Fullana consiguió salvar su vida tras esconderse en un pequeño bosque de plataneros cercano a la iglesia. Unas horas más tarde, finalizado el ataque, escribía con impotencia en su diario: “mis presentimientos de ayer de que una carnicería estaba preparada no se cumplieron, pero hoy se han hecho realidad. Dios mío. Hay tanto dolor en mi corazón, tanta confusión en mi cabeza, y qué poca esperanza me queda. Ayúdame, Señor, a comprender estos acontecimientos”.
Es verdad que lo sucedido en Rwanda durante aquellos cien días de terror tiene una difícil comprensión: la magnitud de la tragedia, su crudeza y el abandono que sufrió la población ruandesa lo han convertido en uno de los episodios más atroces de la historia reciente.
Pero no cabe ninguna duda que la única lectura posible de lo sucedido debe hacerse desde la ‘cordialidad’, demostrando que es posible pasar página. Tal y como lo ha expresado el padre Emilio Velasco Triviño, Superior General de Misiones Sagrados Corazones, “debemos recordar lo sucedido en Rwanda no para ahondar en las heridas sino para curarlas; no para fomentar el revanchismo sino para construir la reconciliación”. Por ello, Misiones Sagrados Corazones sigue presente en el país trabajando codo con codo con las nuevas generaciones de ruandeses para devolver la dignidad a quienes la perdieron; trabajar para que un hecho de estas características no pueda volver a repetirse y construir un futuro basado en el entendimiento y la pacificación.